viernes, 8 de enero de 2010

Inventos e inventores



¿Sabes, amigo? Voy teniendo una edad en la que no sé si me quedan más lejos, más cerca, o acaso equidistantes, la juventud que alguna vez creo que tuve, el Paraíso al que llegaré si en el Juicio Final el veredicto es sorprendente o el averno si allí, en ese Juicio definitivo, llegara a ser juzgado por un jurado popular. A pesar de que a veces imploro algo de olvido como si necesitara un analgésico que adormeciera el dolor que me produce algún que otro recuerdo, he llegado a esta edad tan parecida a una fecha de caducidad con buena memoria. Y a ella acudo, a mi memoria mineral, para rescatar de mi adolescencia a alguien que conocí y que, como todos, tenía una obsesión. ¿Cuál es la tuya, Juanmita empecinado? ¿Y la vuestra, mis queridos blogueros nerudianos, que tanto me gustáis de tan callados como ausentes? La de aquel viejo amigo, su obsesión, su amor imposible e intocado, era ser inventor. Dibujaba líneas rectas y secantes sobre aceras curvas y mojadas, planteaba fórmulas que concluían elevadas al cuadrado, prometían la consabida o asfixiante cuadratura del círculo y contenían incógnitas sugerentes, como si a la matemática o a la física sólo les quedara apagar la luz y comenzar a desnudarse. Siempre aparecía de la nada, de repente estaba sentado a nuestro lado, callado, ido, quizá lunático, quizá desafiante, un tanto apagado, o rendido, o disecado. Portaba planos enrollados de artefactos que, si en sólo una ocasión hubieran pasado de su potencia al acto, con seguridad habrían sumado alguna dimensión más a las tres que utilizamos para el uso y sentido común, para bandearnos dentro de esto que hemos dado en llamar la vida. Al final de la suya, por cierto, llegó mi amigo con una mezcla de resignación y desesperación en su rostro. Otro gesto no le quedó tras aceptar su capacidad limitada y la lista vacía de sus patentes de invención.

¿Cómo sería el mundo si Arquímedes no lo hubiera movido con la palanca de la matemática? ¿Hubo alguna vez genio mayor que el de Leonardo? ¿Dónde terminaría nuestra mirada sin el telescopio de Galileo? ¿Qué oscuridades padeceríamos de más si Edison no hubiera sido un iluminado? ¿De cuántas tormentas nos tendríamos que haber ocultado y cuidado sin la ciencia ocurrente de Franklin? ¿Acaso la cultura no seguiría enclaustrada si a Gutenberg no le hubiera dado por imprimirla? ¿Cuánto dolor nos ha ahorrado la penicilina de Sir Alexander Fleming? ¿Cuántos sueños imposibles nos han regalado los hermanos Lumière? ¿Con qué excusa nos acercaríamos bajo las mantas a un amante sin el frío graduado por Celsius? ¿Qué profundidades abisales aún nos quedan por ver a pesar del buen hacer de Isaac Peral? ¿Hasta dónde podríamos volar sin el autogiro de Juan de la Cierva? ¿Qué deuda tienen contraída las personas ciegas con Louis Braille? ¿Y cuál es la nuestra, nuestra deuda impagable e impagada, Juanmita imitador de locutor, con el señor Marconi?

Nunca me dio por ahí, Juanmita imprevisible de tan previsible como eres, nunca me dio por ser inventor. No sé qué más le falta al mundo entre todo lo que le sobra. ¿Nos encerramos y nos ponemos a inventar la máquina de la felicidad? Ahórrate el esfuerzo, colega, porque las autoridades no permitirían que esa máquina superara los controles de calidad y sanidad. Su uso, inmediatamente, sería tachado como irresponsable o peligroso. ¿Qué haría la autoridad vigente si todos somos felices? ¿Qué hacemos entonces, amigo mío? ¿Inventamos palabras nuevas? Otro esfuerzo en vano, seguiríamos sin entendernos, sin querernos entender.

Bah, pide otra copa y brindemos por lo que hacemos cada día, que no es otra cosa, Juanmita reciente, que inventarnos a nosotros mismos.

8 comentarios:

Capitán dijo...

Me gusta eso de inventarnos a nostros mismos, y cuán cierto lo de la obsesión, en mí todo es obsesión.

Todo un filósofo este Manteca.

Un abrazo

adela dijo...

Sí señor. Probablemente la mejor manera de gastar energía jamás inventada.
A sus pies, Manteca.

mangeles dijo...

Mi querido Sr.Manteca, la verdad es que si Vd. no existiera, habría que inventarlo.

Y brindemos por ese reinventarse cada día de Vd., que nos deja unas letras increíbles y maravillosas.

Fortuna tenemos de tenerle ....

Muchos besos, mi gran periodista.

Máster en nubes dijo...

Manteca a lo mejor se acuerda... de los inventos del profesor Franz de Copenhague... eso eran inventos... Y qué suerte poder inventar cosas, artefactos, etc. Lo de inventarse cada uno también, desde luego. un abrazo...

Lisset Vázquez Meizoso dijo...

Benditos los inventores, sea lo que sea que inventen, por pensar nuevas formas de hacernos la vida más fácil. Pena de algunas manos en las que caen algunos inventos, eso no puede controlarse.
Nos tenemos que reinventar continuamente, para no aburrirnos de nosotros mismos en esta larga andadura que es nuestra vida. Tiene Vd. en eso toda la razón, pena que muchos no saben tampoco reinventarse y no hacen más que hacer copias piratas de otros y encima malas. :) Un abrazo.

mariapán dijo...

Inventarnos a nosotros mismos... ¿te parece que existe otra cosa?

Yo pienso pasarme el 2010 en la barra de un bar reinventándome... ¿te apuntas Juan?

Besos

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Perdone Sr Manteca pero entre los inventores que ha señalado se ha olvidado de uno imprescindible para mi. No lo confunda con falta de respeto hacia usted, pero considero que uno de los mejores inventos del mundo es el del tazón de manteca colorá para las tostá.
Un abrazo y no se fie mucho de ese Juanmita, que le está cogiendo usted mucho aprecio y ese no es su estilo.

Alejandro Muñoz dijo...

La máquina del tiempo sería mi invento preferido. Pero no esa que permita viajar a través de él... prefiero una que fabrique el que me falta.

Por cierto, Manteca, Blogger ha sido todo un descubrimiento.

Un fuerte abrazo.